Apología de las manifestaciones feministas o del porqué llevaré a mi hija a la marcha del 8M

He esperado dos años para unirme en asamblea al Paro Internacional de Mujeres 8M, los años anteriores también paré; pero no salí a marchar, porque estaba al cuidado de mi pequeña hija y las presiones del entorno fueron lo suficientemente aplastantes para persuadirme del ‘peligro’ de llevarla conmigo y, bien, dejarla a cargo de alguien más era algo que tampoco se toleraría. Pero paré y apoyé desde mi trinchera.

Este año es diferente, ella tiene cinco años y puede decidir por su cuenta (anhelo que quiera acompañarme); además el hartazgo social frente a los recientes acontecimientos violentos anticipa una movilización sin par en México, o eso espero.

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Pero, ¿por qué se para el 8 de marzo? Primero habría que contextualizar. Ese día se conmemora el Día Internacional de la Mujer, declarado así por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Según Victoria Sau, en su Diccionario ideológico feminista, las mujeres rusas realizaron actos de protesta el último domingo de febrero de 1913, en el contexto del movimiento pacifista que surgió en vísperas de la Primera Guerra mundial. Iniciativa que fue imitada por otras mujeres de Europa en solidaridad con las mujeres rusas.

En 1917, las rusas eligieron nuevamente el último domingo de febrero para declararse en huelga en demanda de ‘pan y paz’. La convocatoria de unas obreras textiles se masificó y extendió a otros sectores de trabajadores, encendiendo el polvorín de la revolución Rusa. Aquel histórico domingo era 23 de febrero según el calendario juliano; sin embargo, según el calendario gregoriano, era 8 de marzo. La fecha, popularizada en Europa, fue oficializada en 1975, estableciendo para los países miembros de la ONU el compromiso de velar por la igualdad de derechos de las mujeres.

¿Ven aquí lo ridículo que resulta que esperemos la aprobación del patrón para hacer una huelga? La huelga ha sido el mecanismo histórico de los trabajadores para reivindicar sus derechos laborales, es también una conquista que en México sea un mecanismo legalizado que obliga al patrón a negociar con el trabajador sus demandas; la cual, les aseguro, no fue hecha solicitando su amable su aprobación.

160 años después, movimientos de diferentes dimensiones se unieron en uno solo. 170 países participaron en 2018 en el Paro Internacional de Mujeres, también llamado Huelga Feminista 8M. La elección del día se debió al hartazgo de que la igualdad de condiciones solo existiera en el papel y en los ideales, de que los Estados esgrimieran sus instituciones para decir que sí procuran y trabajan por mejorar las condiciones y ampliar las oportunidades de las mujeres (entiéndase ONU Mujeres y los organismos locales para la igualdad de la mujer).

Cientos de movimientos feministas llamaron a un paro mundial de mujeres bajo la consigna: ‘Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras’, pues resulta que también en esto hay encuentro con su antecesora lucha rusa, en supuesto estado de paz, el número de mujeres desaparecidas, esclavizadas y muertas es incalculable. Siento una onda pena cuando reconozco que esta frase hoy tiene un sentido propio para las mexicanas: entre el duelo y la rabia. Quizá eso, por doloroso y lacerante, provoque que se modifiquen algunas conciencias.

¿Acaso no parece risible que las administraciones de gobierno, ayuntamientos, estados y otras instituciones anuncien que se solidarizan con el paro? Creerán que podrán manipularnos, si lo usan como un mecanismo para romantizar la fecha, que se torne un festejo, como ocurría hasta hace un año, en que las estancias de gobierno organizaban eventos para mujeres con fines proselitistas y les regalaban rosas. Mejor ábranse a las negociaciones con la sociedad civil, con las organizaciones y colectivos, para sentarse en mesas de trabajo a plantear la agenda pública para atender las acusadas problemáticas.

¿Y cuáles son las reivindicaciones de esta huelga o por qué lo hacemos? Lo hacemos para que se reconozca el valor del trabajo doméstico y de cuidados que a diario realizan mayormente mujeres y que sostiene a la economía, para que esa mujer cabeza de familia que cuida a sus hijos o a sus padres ancianos o familiares enfermos no tenga que vivir en la absoluta precariedad. Lo hacemos para que las madres trabajadoras puedan tener jornadas compatibles con la crianza y derecho a guarderías, para que no tengan que desatender a sus hijos para medioalimentarlos. Lo hacemos para abatir la brecha salarial, para que la profesional que ha tenido que franquear miles de obstáculos para forjarse una carrera no gane menos que su compañero varón por hacer el mismo trabajo incluso más. Lo hacemos para que una promesa de la ciencia, de la política, del arte o de cualquier campo no tenga que elegir entre su vocación o ser madre.

Pero el componente feminista de esta huelga ha hecho que trascienda la esfera laboral, si bien todo impacta al sistema económico. Lo hacemos también para que deje de existir el matrimonio infantil, la prostitución y la trata de mujeres. Para que no haya mujeres en situación de indigencia y para que todas sin importar su condición económica tengan acceso a la educación y también para que la enseñanza que reciban deje de reproducir los estereotipos de género.

Lo hacemos también para que ninguna niña tenga que ser madre y para que ninguna mujer deba serlo sin desearlo, también para que al decidir interrumpir un embarazo no tenga que morir merced de la clandestinidad.

Lo hacemos también para que la sociedad deje de encubrir a los violadores y pederastas, y para que condene a los feminicidas. Para que no haya más mujeres en las cárceles por defenderse de su agresor, que violadores y feminicidas procesados. Para que nunca más una mujer vaya a parar a un reclusorio varonil y sea despojada de su dignidad por cometer un delito.

En fin, para denunciar todas las formas de violencia machista, para que no nos denigren ni nos acosen ni nos rapten ni nos violen ni nos esclavicen ni nos maten. Para que el Estado no ignore las desapariciones y reduzca los nombres de las muertas a un memorial en vez de protegernos de esta masacre. Para que el mismo Estado machista y cómplice deje de reprimirnos y torturarnos por protestar.

Para dejar de vivir con miedo.

¿Y qué impacto puede tener una marcha o la huelga de dos días? Mucho, si de verdad un gran número de nosotras nos movilizamos, hacemos visible el reclamo, los hacemos a voltear y hacerse cargo de su parte de la responsabilidad en el problema. Si de verdad muchas de nosotras paramos en un día laboral o simplemente dejamos de atender el trabajo doméstico, las pérdidas económicas para el sistema serían tan grandes que eso también obligaría a redireccionar la mirilla.

¿Notan que hay en la movilización internacional un número incuantificable de organizaciones, colectivos y grupos que se unen con diferentes manifestaciones? Estas son tan diversas como bastas, las hay ecofeministas, feministas radicales, transfeministas, abolicionistas, de igualdad… corrientes y sororidades, todas tienen sus rasgos distintivos.

Ahora, ¿por qué pienso que las mujeres dedicadas al trabajo doméstico y de cuidados deben ser las primeras en salir a marchar? En cierta medida quien se dedica a estos trabajos tiene más autonomía en el uso de su tiempo que una empleada a sueldo, por lo que tiene más posibilidades de hacerlo, aun si para ello tiene que llevar consigo hijos que pequeños, habrá de organizarse con otras en las mismas circunstancias para apoyarse y participar. Principalmente porque uno de los reclamos es la negación sistemática de la trascendencia de su trabajo.

Algo parecido sucede con las estudiantes, quienes pueden con mayor facilidad dejar sus responsabilidades por un día o más, pero a ellas no las tengo que instruir en nada, por el contrario, estas jóvenes le están dando a mi generación sendas lecciones.

¿Qué voy a hacer yo el 8 y 9 de marzo del 2020? El domingo voy a salir a marchar, me voy a acompañar de mis co-madres para proteger a nuestros críos en la movilización, voy a enseñarle a mi hija que hay algo peor que la injusticia y es la indiferencia, porque permite que la injusticia siga existiendo. Y si puedo tomar el altavoz, voy a emitir un discurso que he ido articulando con mi postura ética al respecto del problema de la violencia social, de nuestra nula cultura de Derechos Humanos y de cómo la educación es la vía posible para incidir.

Voy a celebrar mis 35 años vociferando que: ‘El patriarcado se va a caer o lo vamos a tirar’. Porque, por cierto, el 7 de marzo es mi cumpleaños, para que no olviden felicitarme. Amigas, si quieren acompañarme en el festejo, las estaré esperando en el frente. Amigos, los aprecio mucho, con sus masculinidades más o menos deconstruidas, al final todos estamos en el mismo trabajo. Pero, lo siento, este año no están convidados al festejo, mis compañeras de lucha y yo hemos decidido excluirlos de las manifestaciones. No obstante, si quieren regalarme algo, apoyen para que las mujeres de su entorno participen activamente, haciéndose cargo de sus propios hijos, completando las tareas domésticas, asumiendo las responsabilidades laborales urgentes, no censurando, no opinando. Aun si tienen muchos deseos de expresar su sentir o justificar su postura, los invito a reunirse en círculos de hombres y hablar de cómo perciben su masculinidad y sus privilegios.

Leí en Facebook una publicación que decía que ‘la huelga no es una fiesta’, sin embargo considero que hay una dimensión en la que sí, porque es imposible no sentir júbilo cuando ves a tantas mujeres con diferentes ideologías y modos de ver el mundo se unen por causas comunes, porque celebras que estás presenciando el comienzo de un gran cambio social; lo cual en ningún momento se asocia con tomar ninguna manifestación a la ligera o con poca seriedad.

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Para seguir, el lunes 9 me voy a quedar en casa con mi hija, que tampoco irá a la escuela (ojalá que las profesoras se animen a parar). Ese día no voy a levantar una pelusa de la casa, no voy a comprar nada, no pagaré el transporte habitual a mi lugar de trabajo, no usaré ningún servicio de telecomunicaciones. En cambio visitaré a mi madre y a mi abuela, formaré con ellas y con la niña ave un círculo de mujeres. Anhelo que mi hermana se nos una.

Eso también es un paro activo, porque recuperar la historia femenina familiar puede llenar de sentido el feminismo propio. Tomar al menos 10 minutos para leer un texto feminista en voz alta y comentarlo, porque es importante darle sustento ideológico al movimiento si se quiere trascender hacia una incidencia política. Dedicar 10 minutos más a leer la Carta Internacional de Derechos Humanos, porque no se puede hablar de derechos si no se conocen, porque, he de mencionar, lo que me llevó a escribir este texto fue lo devastador que me resultó escuchar y leer tantos comentarios atroces acerca de pisotear y anular los derechos ora de las mujeres feministas, ora de los delincuentes, ora de cualquiera que no entre en ese mundo dicotómico que ven quienes no entienden la diversidad. Si existe un cambio posible en esta sociedad desigual e injusta es a través de una educación en Derechos Humanos, estoy convencida de ello. Por ello, las animo a que adoptemos estas propuestas como hábitos.

Al final, el 10 de marzo voy a volver a mi lucha cotidiana, esa que hago con letras y enseñanza, con libros de cartón, con teatro y con poesía, con títeres y con juegos, con abrazos y rebozos, y con lechita de mamá. También con con copas menstruales, compresas de tela, ginecología autogestiva y misoprostol. Con las artes maciales, en bici y con mi pañoleta de exploradora. con todas esas pequeñas grandes cosas que van configurando mi identidad como feminista y con las cuales creo firmemente que es posible cambiar al mundo.

Si has leído este largo escrito hasta aquí, quizá compartes uno o varios de mis puntos de vista y tal vez, solo tal vez, eso te lleve a unirte a la huelga o a apoyarla de algún modo. Si no compartes mi postura y de todos modos no vas a participar, no importa, no escribí esto para persuadirte de nada, haz lo que te demande tu fuero interno.

Yo lo hago porque quiero y puedo. Tengo un empleo en el que he logrado negociar una jornada que me permite seguir participando activamente en la crianza y mi empleador, aun con sus limitaciones, es solidario y no me sancionará por irme a paro (si bien no iba a pedir su aprobación, él se pronunció). Pero, porque tengo esas condiciones me manifiesto, para que dejen ser privilegios y se reconozcan como derechos de todas y de todos.

Sin embargo, hay algo que sí quiero pedirte: que no importa cuál sea tu derrotero, respetes la forma en la que las feministas hemos elegido manifestar nuestras reivindicaciones, que no censures y no agredas esta lucha que es un esfuerzo para que también tú y tus hermanas y tus hijas, juntas, empecemos a fundar un mundo mejor, plural, diverso y multicultural, como es, pero donde a cada ser se le reconozca y preserve la dignidad humana.secaerá

Crónica del curso de verano en Los Pinos

«No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee«.

Günter Grass

Durante el último mes viajé de lunes a viernes al Complejo Cultural Los Pinos para impartir mi taller de animación a la lectura para mamás y bebés, con tantas vicisitudes que, si se las platico, pienso que no creerían la mitad. Y antes de que empiecen a juzgarme y dejen de leer, permítanme arengar en mi defensa. Pareciera una contradicción perder un empleo por negarme a viajar a Ciudad de México y un año después hacerlo sin más por un pequeño contrato de unos días; sin embargo, y sé que no soy la única en una situación similar, sostuve la cuarentena tanto como pude, seis meses sin empleo y ahora tengo deudas para los próximos seis años, eso sin contar que voy reuniendo lo del día a día desde hace meses.

El aspecto económico es algo importante, pero a mí me mueve el corazón, y acepté, sobre todo, porque esto me llena el alma. Además, decidí llevar al curso de verano a mi hija porque, cuando me presentaron a los demás talleristas, se me cayó la quijada al escuchar sobre sus formaciones y sus trayectorias; definitivamente sería una oportunidad difícil de igualar. Los que me conocen saben que yo soy toda emoción y que cuidar mi salud mental es tanto o más importante que la física, así que también lo necesitaba.

Me siento honrada y privilegiada de haber sido convocada a trabajar a este recinto. Los Pinos, para quien no tenga noticia, fue la residencia presidencial durante 80 años, por décadas consumió recursos públicos no en abundancia, sino en un extremo ofensivo. Mi abuelo solía decir que es penoso ser pobre en un país de ricos, pero vergonzoso ser rico en un país de pobres, y que el mandatario en un gobierno democrático de un pueblo empobrecido viva como rey es digno de escarnio.

Hoy, gracias al actual presidente de México, el licenciado Andrés Manuel López Obrador, este recinto es público y abierto; transformado en un complejo cultural, su habilitación es parte de un megaproyecto para atender el bosque de Chapultepec, pulmón de la gran urbe. Caminar por sus edificios y jardines, sobre todo visitar la Casa Lázaro Cárdenas, convertida en un museo en honor a tan dingo político, hace pensar en la forma en que se fueron corrompiendo los más altos ideales de democracia y desarrollo social que nos heredó la Revolución mexicana, la primera revolución socialista de América.

Conforme pasaron los días de mi estadía, pensé tanto en mis abuelos. Primero los paternos, que ya no están aquí, pero me dejaron un legado que atesoro y que vino a hacerse patente como nunca. Con lágrimas en los ojos le conté a mi hija como mi abuelo le tenía una gratitud inmensa al presidente Lázaro Cárdenas por haberlo recibido en este país y darle una nueva patria en adopción. Mi abuelo, Manuel González, retribuyó este gesto con trabajo arduo, honesto y formando una familia que, al menos me gusta creer, sostiene con firmeza los valores democráticos.

Mi abuela venía a mi mente a cada momento durante desarrollo del taller, pues si algo puedo decir que me inició en la lectura en la primera infancia son los cuentos que ella me contaba, sus coplas y rimas, que están grabadas en mi memoria como si no hubieran pasado más de 30 años desde que las escuché. Además, he de contarles que hasta hace poco tiempo yo no sabía ni coser ni bordar, arte, este último, al que me aboqué durante la cuarentena como tarea terapéutica y también como un pendiente con mi historia familiar. Mi abuela fue sastre, ella me enseñó a pegar botones y no mucho más, era vieja cuando la conocí. Nadie nunca me volvió a enseñar a hacer algo con la aguja hasta hace unos días, cuando Daniela Flores compartió generosamente sus conocimientos conmigo.

Por su lado, mis abuelos maternos, con quienes aún tengo la dicha de compartir la vida, llenaron de sentido mis imaginarios infantiles. Siendo originarios de Lerma, me comparten la forma de vivir de este entorno semirrural y me colman de historias sobre como debió ser el paisaje de este lugar, espejos de agua a todo alrededor, aves temporaleñas, alimento en abundancia con sólo meter el sombrero en la ciénega. El paraíso en la tierra. Estos paisajes han desaparecido a merced del desarrollo industrial y el crecimiento de la mancha urbana hasta ser reducidos a nada. Nuestra madre llora con este desastre ecológico y justo en estas épocas del año inunda poblados, incomodando a los hombres, porque el agua siempre encuentra su curso. Ahora debo esperar mi prueba de covid para correr a abrazar a mis abuelitos mientras sigan aquí.

Así, pues, Rana Cantarrana se fue a vivir su aventura en Los Pinos. El primer libro reproducible de Anchane Cartonera es la materialización de un sueño de hace seis años, en los que el fenómeno cartonero se ha seguido expandiendo por el orbe; aunque he de decirles que muchos de mis colegas profesionales de la edición aún siguen sin concederle la mínima atención; no son verdaderas ediciones, dicen, son manualidades, es basura. Para mí son democratización de la lectura, del arte y construcción de la memoria.

De eso se trata mi taller justamente. Conmover a los padres en la consciencia de lo trascendente que es la construcción de la memoria familiar y colectiva, no sólo para formar lectores, sino para imaginar el mundo que deseamos crear. Aunque me vengan a decir que mis talleres deben ser sólo monólogos catárticos (púdrete, Abraham Rodríguez), en este especialmente me entrego toda por entero. Y detrás de mí siento que sonríen complacidos mis maestros José Martí, Paulo Freire y José Vasconcelos, y también se alegran María Montessori y Anton Makarenko (quizá esto último les suene un poco megalómano, pero es que las teorías y los trabajos de estos grandes pedagogos también construyen mi memoria y son, entonces, parte del taller).

Me resulta simbólico también que el curso haya terminado justamente el 13 de agosto, día de la conmemoración de 500 años de la caída de México-Tenochtitlán. Como bien han de saber, son diletante de la historia antigua, de la arqueología y de la antropología, así que ya ahí, vi la ocasión de llevar a la avecilla al Museo Nacional de Antropología e Historia, momento con el que soñaba desde antes que ella naciera. Fui muy dichosa, ella se entretuvo y en unos días la puse al corriente en la asignatura de Historia y cubrí los programas de primero a cuarto grado (tiene seis años).

Su momento feliz fue ver a los voladores de Papantla, nuestro amigo Jair Montaño le regaló un juguete hace tres años que le encanta y hasta ahora sólo escuchaba relatos y había visto videos. Su asombro fue maravilloso. Mi momento más dichoso duró apenas un instante, frente al monolito de Coatlicue, la pude mostrar a mi hija y decirle: “esa es nuestra madre”. Al otro día mi hija me preguntaba por las vías del nuevo tren, el estrés evidente del bosque y completé la lección al explicarle que nuestra madre se encargará de restituir el orden dentro de poco tiempo cuando extinga a los humanos, porque la naturaleza es así, feroz y agreste, como Coatlicue con sus serpientes, sus fauces y sus garras.

Así que esta es la crónica de cómo se me alivió el corazón y se me restituyó lo esperanza. Adelante y sin miedo para reconstruir sobre los estragos que nos está dejando esta pandemia. Mi eterna gratitud a quienes me invitaron, servidoras públicas comprometidas, a aquellos con quienes tuve el honor de trabajar hombro con hombro (a menudo me cuestionaba si yo estaría a la altura de ese equipazo), y a quienes me acompañaron en el taller, las familias criando bebés: todo este esfuerzo fue para ustedes, por sus hijos, ahora tienen el reto y el deber de continuar con la tarea de amarlos infinitamente y mostrarles el amor por la humanidad.

Gracias, gracias, gracias.

¿El futuro es femenino?

Mi hija ha llegado a los seis años y observa aspectos de la realidad que antes no y hace muchas preguntas, un día me cuestiona por qué mataron a Jesucristo o si acaso yo también creo en dioses, dudas complejas a las que doy una respuesta concreta que poco a poco voy ampliando cuando se presenta la ocasión. Uno de esos ya muchos días del aislamiento buscábamos entretenimiento y apareció una película de mi infancia, La princesita, la hayan visto o no, imaginarán que desató una indagatoria, pues mi hija está en la edad de las interrogantes. “¿Por qué esa niña es la sirvienta?” Un balde de agua fría para cualquier padre, ha llegado el momento de apagar un poco de inocencia. Siguió la explicación del esclavismo, vi esa expresión que pone entre frustración y rabia cuando algo sale de su comprensión del mundo: “Eso no está bien, no se debería hacer a ninguna persona”.

“¿Qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio?”, circula en Internet esta frase que se atribuye a Bertolt Brecht. Son los tiempos en que las reivindicaciones del feminismo se han volcado, por obvias, en manifestaciones masivas de mujeres por ciudades de todo el mundo y un paro laboral y económico que en México se estima tuvo un impacto por el orden de los 35 mil mdp el año anterior. Obvio es que las mujeres tengamos condiciones y oportunidades en paridad a los varones; obvio que existan mecanismos desde el Estado para reeducar en la cultura de la igualdad, del mismo modo que las vías para acceder a la justicia en caso de ser violentados los derechos sean abiertas, democráticas, prontas y expeditas; obvio es que se garantice la seguridad de todos los espacios públicos para quienes los transitan; y que se asegure el acceso a la salud como un derecho humano. Pero obvio no significa accesible para todos.

Puedo recordar vívidamente las emociones de estar en la marcha en el 2020, el corazón se aceleraba al anticipar un cambio de era, hacia un futuro femenino. Irónicamente un par de semanas después se decretaba una cuarentena a causa de la pandemia por la Covid-19, ni en nuestros sueños distópicos imaginamos que este confinamiento duraría más de un año. Irónico es que trate de buscar inspiración para este texto mientras lavo los trastos y limpio la cocina, en algún momento cuando termine de trabajar escribiré algo.

Resulta irónico y sarcástico que de golpe y portazo volviéramos al espacio privado por resguardarnos de un virus mortal, pero que el marasmo de la cultura nos devolviera a esa realidad donde las mujeres siempre somos las cuidadoras principales; y ahora debíamos lograr, en un mismo espacio, conjugar la vida doméstica, las labores de crianza y el trabajo remunerado. Además de hacerlo solas, el límite de la vulnerabilidad.

Porque vamos a ser realistas, la videollamada de una hora con la comadre mientras preparas la comida no te quita trabajo, es apenas la convivencia social mínima indispensable para mantenernos cuerdas mientras tratamos de cubrir todos esos roles sin salir de casa y sin contacto con otras personas. Por eso no marché este año, porque en 2020 me mudé, fui despedida de mi empleo, mi hija abandonó la escuela, busqué trabajo, emprendí, pinté, bordé, hice jardinería; porque estoy agotada y porque no he estado un año pasando todas esas peripecias para no enfermar y contagiarme en una marcha.

No desestimo ni quito protagonismo a la movilización, lo que ocurrió con la valla alrededor del Palacio Nacional fue hermoso, poético diría. Gracias a todas las que tienen ánimo, tiempo, condiciones y ovarios para salir al recorrido y a las consignas. Me faltó contagiarme de ese ambiente para inspirarme a escribir. Acompaño con una vela a las que marchan por sus hijas, hermanas y madres asesinadas. Sin embargo, en esta ocasión mi postura desde este mi ecofeminismo es guardar la cuarentena, cuidar de mí y de los míos.

Hace un tiempo leí un ensayo llamado Teoría de la mujer enferma de Johanna Hedva en el que habla de cómo se posiciona políticamente desde su enfermedad crónica incapacitante y de una propuesta de visión o postura necesaria para entender el ámbito de lo político desde la enfermedad. (Recomiendo su lectura). Entonces me causó gran impresión y me provocó sentimientos de empatía, pues yo había tenido reflexiones quizá cercanas mientras criaba y en mis crisis de depresión crónica.

En medio de este cataclismo, la propuesta de Hedva cobra tanto sentido cuando propone:

La protesta más anticapitalista que se puede hacer es cuidar de otra persona y cuidar de ti misma. Enfrentar la práctica históricamente feminizada (y por lo tanto invisible) de asistir, nutrir, cuidar y preocuparse. Tomarnos en serio en cuanto a nuestras vulnerabilidades, fragilidades y precariedades, y apoyarlo, honrarlo, respetarlo, empoderarlo. Protegernos mutuamente, promulgar y practicar comunidad. Una hermandad radical, una sociedad interdependiente, una política de cuidado.

Y vaticina:

Porque, una vez que estemos todas enfermas y confinadas a la cama, compartir nuestras historias de terapias y confort, formar grupos de apoyo, ser testigos de historias de trauma ajenas, priorizar el cuidado y amor de nuestros cuerpos (enfermos, adoloridos, caros, sensibles y fantásticos) y cuando no haya nada disponible para trabajar, quizás entonces, por fin, el capitalismo emitirá un chirrido al lograr su necesitado, atrasado y conchesumadrezco freno.

Así que este año me quedé en casa a alistar todo para poder ponerme en huelga el martes 9, porque eso sí, el germen de la lucha, el trabajo de cuidados no reconocido debe ser visibilizado. No compras, no transacciones bancarias, no actividades domésticas y reducción del trabajo al mínimo necesario, para escuchar el corazón.

Creo fervientemente que este tiempo que vivimos reclama que nos volvamos hacia nosotras mismas y encontremos en el interior ese modo de conectar con los otros en comunidad. Cada día rumio mis ideas sobre como tender redes colaborativas para satisfacer las necesidades que han sido restringidas en el último año. Ese para mí sería un futuro femenino, el retorno a una sociedad matrística de hermandad y sororidad.

Breve repaso histórico del ecofeminismo

¿Por qué es tan difícil tener una habitación propia?

unahabitaciónMuchos lectores conocen o al menos han oído el nombre del afamado ensayo de Virginia Woolf titulado Una habitación propia, en el que la novelista británica cavila sobre la historia de la novela escrita por mujeres en lengua inglesa y llega a grandes conclusiones, la central es la invisibilidad de las mujeres en la historia literaria y en la Historia en general. Otra conclusión de la escritora es que las mujeres para dedicarse a la ficción requieren una renta que les permita vivir decorosamente, en sus palabras 500 libras al año, lo cual representa el derecho a la contemplación, y una habitación propia con pestillo, que es la libertad de pensamiento en una sociedad en la que la mujer siempre habita espacios comunes donde debe seguir tácitas normas de comportamiento.

Esta es una invitación para que lean el citado texto, especialmente dirigida a aquellos estudiosos de la literatura inglesa y la literatura escrita por mujeres, lectura indispensable para quienes desean acercarse con perspectiva de género a la creación artística y a cualquier fenómeno social, pero sobre todo porque se trata de un ensayo magistral en su planteamiento y estructura. De camino, si le dan una repasada, juzgarán mejor el texto que deseo compartirles.

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Este post corresponde a un texto que escribí para ser presentado con el formato de spoken word el pasado 12 de marzo en el Festival Palabra de Mujer, en el me propongo entablar un diálogo con Virginia Woolf en Una habitación propia. Aunque el género exige la interpretación, comparto aquí el texto de un poema que se sigue escribiendo:

Dos años me faltan para Fin de viaje. Sí, ya tengo 35 y en dos alcanzaré la edad que tenía ella cuando se publicó su primera novela. Ella, la británica, hija de intelectuales, educada en casa, heredera y casada con un economista que la ayudó a fundar una editorial. Qué relación podría existir entre Virginia y una mujer común al otro lado del Atlántico un siglo después.

Se conglomeran las ideas en la punta de la caña en medio del río Ouse: ¿y si me lleno los bolsillos de piedras, quizá me sumerja con ellas y las entienda mejor?

Fui a la universidad, pública, en México (debajo de Norteamérica, donde las mujeres herederas de tu lengua, tu cultura y ese primer feminismo británico viven muy distinto a como vivimos en mi país). Estudié literatura. El acceso es igualitario para mujeres y hombres. De hecho, en mi clase se graduaron más mujeres que hombres. Trabajé para pagar mis estudios. Leía a ratos, en el autobús o con la lámpara a deshoras, como lo sigo haciendo. ¡Gano esas 500 libras al año con mi inteligencia! Vamos, en tus palabras, no soy una mujer protegida.

Tenía ya la habitación propia. Aunque debía trabajar más de 8 horas diarias para pagar el alquiler y no podía sentarme a escribir, tenía la esperanza de que llegaría el momento. Entonces tomé una decisión que me alejó del camino de la libertad económica para siempre: me convertí en madre. Luego vino lo que ya sabes: amamantar, criar, jugar; además de pagar educación, salud, comida y vestido. El sueldo que me bastaría para una vida frugal en solitario y el alquiler de una habitación propia ha dejado de ser mío.

A los 29 años había vivido a millones de kilómetros del feminismo por la única razón de que ser del sexo femenino no me impedía hacer gran cosa: ser madre sí. Renegué tanto de la maternidad que lo sorprendente es que siga aquí y no me haya sumado a la estadística de muerte materna. Entender que la maternidad en sí misma no era la causa de mi opresión fue un aprendizaje difícil.

Es que tal parece que la “liberación femenina” no nos liberó de nada, solo nos dio más obligaciones y estereotipos más exigentes que cubrir. Es que hay algo que no llegaste a vislumbrar, Virginia, que el buitre de la posesión, el que carcome el corazón del hombre, devoraría al patriarca. Nadie duda ahora que las mujeres tengan alma o que se las pueda educar, se asume (al menos en el ideal) que la mujer es igual al hombre. Pero cuántos libros se escriben al año por mujeres sigue siendo una incógnita en mi entorno, casi no se estudia en las universidades y en todos los ámbitos las mujeres siguen todavía sin clasificar. Si el poeta pobre sigue sin tener hoy la mínima oportunidad, la poetisa pobre ni siquiera existe.

Me desvelé escribiendo, porque es el único momento en que puedo hacerlo. Viajé tres horas al trabajo. En el camino trataba de mejorar este texto al tiempo que pensaba en el uniforme escolar, la comida de mañana, los servicios que no se han pagado… Ese es mi estado mental hoy; ¿estaré cercana al momento creativo? Va siendo hora que alguien mida el efecto de la precariedad, de la explotación laboral, de la carga mental, la doble jornada en la mente de LA artista.

La serpiente negra de la cólera me invade cuando hablo de estos temas. Escribo con la furia que me da esta guerra contra mi suerte, y aun con mi educación universitaria y todos mis privilegios, sigo sin poder acercarme al arte y escribo solo como medio de autoexpresión. Pero resulta que, así como una mujer blanca y privilegiada se cuestionó en 1929 sobre su opresión, poco a poco lo hicieron y siguen haciendo todos los silenciados: aun si no tienen la habitación propia y las 500 libras, encuentran las formas de expresarse con la literatura y nos regalan una nueva vista fractal, caleidoscópica.

No quiero pertenecer a ningún canon, no quiero brillar, solo quiero ser yo misma, hablar con mi propia voz, y eso es mucho más de lo que muchas antes de mí pudieron hacer. Mi madre y mi abuela lloraron hasta saciarse. Mi suegra a los 65 años logró obtener esa habitación propia, no tiene puerta ni pestillo, y aún debe trabajar por esas 500 libras: una poetisa que jamás escribió una palabra.

¡Una habitación propia y 500 libras! No puedo esperar a tenerlo y como no lo tengo no escribo novelas, hago spoken word.

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Sermón fúnebre

Desempolvando el blog, comparto un texto que escribí para ser presentado como un discurso en mi club Toastmasters. Decidí no modificar el formato porque no deseo cambiar nada de él, me ha gustado especialmente. No es que haya recibido aplausos de pie y haya logrado conmover a mi audiencia hasta las lágrimas, pero quizá sí; también que con este proyecto logré una meta educativa del sistema, resultado de un compromiso de asegurarme una constante preparación y mejoramiento personal.

 

Hola, soy Troy… Jazmín González, quizá me recuerdes de discursos como “Anchane Cartonera”, “¿A dónde se fue el agüita?” o “¿Cómo ser una buena madre?”, este último con el que gané los concursos de club y de área de discursos preparados.

TM de la sesión, queridos amigos y compañeros del club, apreciables invitados:

En esta ocasión voy a pedirles que pretendan ser los asistentes a un funeral, en el que pronunciaré un sermón a la memoria de mi padre. Esta no es la primera vez que digo este discurso, lo hice antes el 9 de abril pasado en el panteón frente a la lápida de mis abuelos y a los dolientes que me acompañaban. De alguna manera, fue ese día y no hoy cuando me gradué como Comunicador Competente, tras una carrera que exigió mucha templanza y determinación.

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Gracias a los que nos han acompañado en esta espera silente hasta los últimos momentos, cuando casi todos se han ido. Cuando empieza a percibirse la presencia de la ausencia echas en falta a aquellos que expresaron condolencias, si bien siempre he creído que el sentimiento de orfandad sólo puede afrontarse en soledad. Esa solitud que sin embargo nos hermana. Deseo compartir con ustedes un mensaje.

En los últimos años en los que la salud de mi padre iba en deterioro, fui yo quien estuvo mayormente a cargo de los cuidados, y a la par criaba a mi pequeña hija. Tener la experiencia de convivir a un tiempo con estos dos momentos: el comienzo y el declive de la vida, me llevaron a algunas reflexiones que en su momento experimenté como verdaderas epifanías. Tan trascendentes fueron para mí que quiero compartirlas con ustedes, deseando que no se estimen por perogrulladas.

El primer descubrimiento fue que la paternidad es un acto de valentía, siempre y cada paso, porque cuando eres padre el sentimiento dominante es el miedo a que tus errores marquen la vida de esa persona a tu cargo; porque se trata tan sólo de una nueva circunstancia, no es que ser padre borre tus defectos o te haga mejor persona, simplemente sigues siendo el mismo imbécil pero con más responsabilidades; porque engendrar es apenas un paso, luego sigue quedarse, enfrentar esos miedos, trabajar para mejorarse a sí mismo; y porque también hay padres y madres que abandonan.

Así que hoy me embarga un sentimiento de gratitud hacia él, por darme la oportunidad de vivir y permanecer a mi lado, aun más ausente que presente y a pesar de todos sus defectos, pero ahí.

El segundo descubrimiento es que, al final, la vida se trata de tener quien te limpie el culo cuando no puedes hacerlo por ti mismo. Al comienzo de la vida siempre habrá alguien que lo haga amorosamente, al final no necesariamente será así. Por eso, cultiven aquellas relaciones con las personas que los acompañarían en el lecho de muerte, sin escatimar regalen su tiempo, su atenta escucha, sus consejos cuando sean solicitados; tan generosos como sean con los otros podría ser la atención que reciban cuando la vida los postre en una cama.

En la despedida, tuve que pedir a mi padre que me perdonara por no propiciarle más atenciones y no hacer más afable el trato en los últimos tiempos que compartimos, se libraba en mi interior una batalla constante entre mi empatía, mi humanidad, y mis resentimientos de hija.

El tercer descubrimiento es algo que escuché hace 15 años y sólo en este proceso llegué a comprender. Jorge Luis Borges, Nobel argentino, planteó sobre el arte de vivir: “a la tumba sólo quiero llevarme los momentos contados en que viví la vida con arrojo. El resto, no consuela”. Arrojo… Según el diccionario de la Real Academia, significa “osadía, intrepidez”. El primero de estos dos conceptos es sinónimo de atrevimiento, audacia, resolución; el segundo de “valor en los peligros”.

Mi padre fue un hombre arrojado, intrépido. ¿Vieron aquella película de estrellas de la Fórmula 1, Rush? Bien, mi padre era un James Hunt, hombre con grandes capacidades, un carisma extraordinario y suerte como pocos, cuya intrepidez se manifestaba en la búsqueda de disfrutar al límite. Claro que cuando hablo de arrojo no me refiero a arrojarse al vacío como hizo él, si bien no hay recetas para la vida, yo no lo recomiendo. Pero sí retomar esa actitud en sentido positivo para vivir con audacia, con resolución. Enfrentar los retos de la existencia con valor y encararlos con osadía. Es la mayor enseñanza que conservo y atesoro de mi padre.

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Mi trayectoria en TM estuvo acompañada de grandes dificultades en el ámbito familiar desde el comienzo. El día que presenté el Rompehielos en agosto del año anterior, al salir del club fui al hospital donde me reuní con mi padre. Me armé de valor para mostrarle la grabación de aquel discurso en el que había plasmado la historia de sus padres, de su nacimiento milagroso y de lo orgullosa que estoy de ser quien soy. Mi padre lo vio con atención y al final dijo lacónicamente: “lo haces bien”. Creo que ese fue el único gesto de aprobación que recuerdo haber recibido de él. Pasamos la noche ahí, entraba a su segundo ciclo de quimioterapia.

Fueron muchas las noches en vela preparando los proyectos, muchos los sacrificios para asistir a las sesiones en cada ocasión. El proyecto 7, por ejemplo, lo presenté después de dos días de vigilia, trataba de memorizarlo en la sala de hospitalización a las tres de la mañana de ese mismo día. En esa ocasión como en otras, estuve a punto de cancelar y dispensarme, pero la situación me obligaba a suponer que de un momento a otro los cuidados me demandarían el cien por ciento de mi tiempo, así que no podía permitirme faltar sólo por cansancio.

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El funeral fue el lunes anterior al concurso de división. Un día antes, mientras estaba en el taller de preparación, mi padre agonizaba; salí corriendo antes de que terminara y tomé el primer taxi que pasó, llegué a casa a destiempo para verlo con vida. Aquella mañana lo presentí, así que antes de salir dije lo tenía que decirle y me fui a perseguir mis metas.

No me avergüenza contarles ahora que cuando me quedé fuera de la terna de ganadores entre sólo cuatro participantes rompí en llanto, mis sentimientos a flor de piel me hicieron creer en ese momento que mi esfuerzo incomparable frente a las circunstancias que atravesaba valía el primer premio. Gran lección para mí: el esfuerzo siempre es necesario, y eso no es lo que se evalúa en un concurso. Pero gané. Gané confianza y autoreconocimiento, porque logré una meta que visualicé casi un año antes contra todos los obstáculos, reales e imaginarios.

El próximo año volveré a estar ahí y haré un mejor papel, sin duda. Pero lo más importante es el mensaje que quiero transmitirles y éste es que cualquier meta es alcanzable cuando existe determinación, obstáculos y dificultades de toda índole siempre se presentarán, jamás permitas que se conviertan en pretextos.

Abro aquí unos corchetes para agradecer el gran compromiso de mi mentor, su guía, paciencia y recomendaciones fueron el mejor acompañamiento en este aprendizaje, además del honor de poder contarme entre sus amigos.

Desde aquella ocasión en que compartí con mi padre mi Rompehielos, le hablé de TM, a partir de entonces cada vez que me encontraba preparándome para salir desde temprano, excepcional en mi rutina, me preguntaba si iba a mi club. Aunque nuestra relación era más bien distante, tras su muerte he sabido que sus amigos lo consideraban un gran conversador: “Con Benjamín nunca te aburrías, siempre contaba historias interesantes”. Así que pienso que quizá le hubiera gustado acompañarme alguna vez a las sesiones, por eso lo invité hoy y quiero dedicarle el aplauso que me brinden.

Respecto a sus objetivos con esta metodología y en otros ámbitos de su desarrollo, les comparto esta perla de sabiduría de mi padre que siempre tengo presente:

 

“Si fuera fácil, cualquier pendejo lo haría”.

Ser una buena madre

No hay forma de ser la madre perfecta, hay un millón de maneras de ser una buena madre. Jill Churchill

 

“La edición no es un oficio para madres”, pensaba mientras trataba de concentrarme a 50 kilómetros de casa, donde dejaba a mi bebé recién nacida, hace tres años. Había soñado tanto con aquel empleo sin pensar que algún día lo conseguiría, trabajaba en un proyecto editorial de gobierno que pretendía compilar una colección esencial de México, empresa ambiciosa que, si no me equivoco, nadie retomaba desde José Vasconcelos; sin embargo, la tortura de estar separada de mi cría, una mezcla de angustia, tristeza y dolor físico, no me permitía avanzar. Seguro abonaba el agotamiento de tratar de combinar la crianza en esta etapa con un empleo al que debía desplazarme por dos horas o más, para permanecer en una oficina durante nueve horas y hacer el trayecto de regreso; desvelos por amamantar y por llevar a casa el trabajo que irónicamente no podía cubrir en el horario.

Cuando me despidieron, 10 meses después del alumbramiento, tras una baja constante en mi desempeño y mucho acoso laboral, lo mismo pensé al intentar conciliar la maternidad y el trabajo, con una nenita exigiendo atención sobre mis piernas estando yo frente al monitor queriendo hacer alguna corrección que me llegaba. Se esfumaba la carrera que tanto me había costado construir: cinco años de encontrarme en proyectos de alto valor y aprendizaje en los cuales siempre me involucraba al punto de hacer horas extras y llevar trabajo a casa por satisfacción; los cinco años de la carrera de Letras Latinoamericanas, el periodo de mayor exigencia en mi vida pero también el más libre y entrañable; los más de seis años que trabajé medio tiempo para poder pagar mis estudios en una cafetería, lo mismo preparando bebidas que limpiando pisos o haciendo inventarios; todos esos años solitarios de la infancia con la nariz metida en las páginas de un libro, porque yo siempre soñé con estudiar literatura y hacer libros.

Esa era Jazmín, la niña tímida y distraída que lleva un libro bajo el brazo y siempre va pensando en sus historias, la chica disciplinada, autoexigente y amante del orden, la profesionista que busca ser impecable… Ahora ponerle los adjetivos a la madre para decir quién es Jazmín. Después de una fuerte negación de la maternidad por lo que yo creía que me quitaba estar embarazada, experimenté la epifanía del amor verdadero al tener a mi hija contra el pecho. Aunque se libró una lucha entre mi desesperada necesidad de estar con mi bebé y mi ánimo de seguir desarrollando mi carrera, ganó la primera y me volqué en los cuidados, no sin nostalgia por esta renuncia.

Claro que al cabo de pocos meses mis ahorros se habían esfumado, así que el plan B fue un negocio que fundé con una buena amiga: Chantico Bazar Ecoalternativo, el cual comercializa artículos para la crianza y la salud femenina; a la par de mi empresa pude crecer como madre en la posibilidad de acompañarme de otras mujeres en la misma etapa que yo, y hacerlo me ha llenado de satisfacciones.

Aunque no puedo negar que mi nueva vida de ama de casa y madre de tiempo completo me causaba mucha frustración, llegué a un punto en el que me enfrenté a mí misma y tuve la determinación de no permitir que el tiempo que irremediablemente dedicaría a los cuidados por muchos años me impidiera hacer todo aquello con lo que soñaba. Puse manos a la obra.

Primero, con hábitos más saludables logré perder el peso ganado en el embarazo y algunos kilos más, reavivé el grupo de ciclismo urbano que había fundado cuando ya tenía algunos meses de gestación y, finalmente, hace exactamente un año, busqué nuevamente el ingreso a la maestría en la que había sido aceptada cuando concebí a mi hija; sin embargo, no me dieron cabida pues, en aquella crisis de la que les hablo, nunca renuncié al lugar que me habían otorgado.

Sobrevino una nueva depresión, pero la dinámica del trabajo ahora necesario para mantenerme, la salud de mis padres y la exigencia de atención de mi hija, que contra la preconcepción de una madre primeriza, iba en aumento con la edad, no me permitió ponerle demasiada atención a esa derrota.

Así, en medio de una vida muy atareada, logré consolidar una compañía de teatro guiñol y hoy somos becarios de FOACAEM, hace diez meses comencé a practicar kung fu y a superar a través de esta disciplina mis limitaciones físicas y mentales, hace siete meses me uní a Toastmasters y hoy podría contender por una puesto en la función pública en una elección. Todo ello sin dejar de ser una madre dedicada —porque en efecto, hay muchas formas de ser una buena madre—, esposa, hija, hermana y amiga considerada, ama de casa y, por qué no, también editora de libros.

Mi trayectoria profesional sin duda no es lo que yo imaginaba antes de ser madre, pero lo cierto es que se ha vuelto más rica y excitante, porque tengo a mi lado una pequeña personita que sigue mis pasos y me hace muy feliz. Así que, a ti que por cualquier razón no has encontrado contento y satisfacción en tu maternidad tengo algo que decirte:

Te deseo que seas bendecida con un niño que te haga entender que no se trata de él, sino de ti.

La patria chica

Para Alondra, Nancy, Tulia, Andrea y José Manuel
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡QUÉ LÁSTIMA! (FRAGMENTO), LEÓN FELIPE

Voy a contarles una historia, la historia de amor con más fuerza que he escuchado en mi vida:

Corría el año 1935 en un pequeño pueblo de Granada, en esta tierra de España; todos vivían con angustia aquellos tiempos inciertos. Se anticipaba una guerra, Josefa lo sabía bien porque su esposo Manuel era uno de los rebeldes, los rojos. Acaban de casarse, ella tenía por entonces 22 años y esperaba a su primogénito.

Resulta el caso de que una vecina suya estaba embarazada al mismo tiempo y por las tardes salían juntas a caminar, a compartir su ilusión en medio de la zozobra generalizada. Cuentan que en un extremo de la callejuela que transitaban crecía una violeta y en el lado contrario, un jazmín.

Juntas, las amigas hermanadas por la adversidad decidieron tomar los nombres de aquellas flores para sus hijos. Josefa dio a luz a un niño al que llamó Jazmín (nombre tradicional de varón entre los árabes ibéricos), su perfume disipó el asqueroso olor de la muerte de la guerra que estalló. Los rebeldes salieron del pueblo hacia las montañas mientras los franquistas entraban.

El primer día de la redada una bala perdida le atravesó el cráneo a la hermana de Josefa mientras bañaba a su hijo más pequeño, un bebé de la misma edad que Jazmín. Entonces ella, puérpera y embarazada ya de su segundo hijo, quedó junto a su madre a cargo de los cuatro sobrinos pequeños.

La comida era escasa y las medicinas inexistentes, al año de su nacimiento Jazmín sufrió una diarrea que lo condujo a la muerte en una noche. Meses después nació su hermana, para vivir sólo tres horas. Manuel supo del fallecimiento de sus hijos por carta. La inhumanas jornadas que seguirían para conseguir trabajo y comida para la familia quizá distraían a Josefa del dolor de la pérdida. Todo el ritmo de la vida pasa […]/ Y la muerte también pasa!

Transcurrieron 14 años para que Josefa se reuniera con su marido. Al triunfo de Franco, algunos lograron salir de España. Manuel estaba en la frontera con Francia, parecía que correría con suerte, pero fue apresado y llevado a un campo de concentración donde logró sobrevivir algunos meses. Finalmente llegó a México como refugiado en 1939 y trabajó durante años para pagar el boleto de su esposa con quien sostenía comunicación por carta.

Cuando Josefa se embarcó dejó atrás a su madre envejecida, quien le rogaba que no se fuera, lo cual, por cierto, nunca logró perdonarse. Apenas en México volvió a embarazarse y nació un niño que llevó el nombre de su progenitor, la alegría en medio de la crisis económica de sus padres migrantes y campesinos. Él trabajaba en el Hotel Palo Alto que era propiedad de migrantes españoles, unos más afortunados, por supuesto, y ella empezó a buscar trabajos de costurera, oficio heredado de su madre y su hermana.

Con mucho esfuerzo llegaron a emprender, primero una camisería, más tarde una cocina económica. En ese lapso de 10 años Josefa tuvo dos abortos provocados, la vida no estaba para traer más hijos por mucho que los desearan. Pero cuando el destino y el anhelo se juntan, ocurre la magia, así que a la edad de 48 años Josefa dio a luz al más pequeño de sus hijos y lo llamó Benjamín, mi padre.

Josefa y su hijo

Se dio la suerte de que a Manuel le ofrecieron trabajo en una fábrica de embutidos, en un pueblo que se encontraba a una hora de la ciudad de México, esto llevó a la familia a trasladarse al lugar donde finalmente echaron el ancla, construyeron una casa solariega y fundaron un próspero negocio que dio sustento a sus hijos, nietos y aun bisnietos. Vivieron una larga vida y conocieron a su descendencia.

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Entonces fue mi abuela quien eligió el nombre de su primogénito para mí. Aunque ya había escuchado antes la historia de la violeta y el jazmín, cobró verdadero sentido para mí cuando estuve embarazada y me acerqué un poco al entendimiento de aquello que debió experimentar ella al llevar la esperanza en el vientre y el miedo en el corazón.

Entendí también la entereza y el amor que debe existir en dos personas para sobrevivir a una guerra, migrar a un lugar completamente extraño con los bolsillos vacíos, el cuerpo devastado y nada más que el deseo de seguir vivo para formar una familia y verla prosperar. Digo esto mientras observo en la pared de mi sala el retrato de mi abuelo con un quepí y un saco verde, y sé entonces que ese es mi legado.

Ellos olvidaron su tierra provinciana para que yo pudiera cantar a este río del que vieron rodar las aguas —aunque ahora están estancadas—, para que escribiera las historias que me cuenta esa mesa apolillada y me cubriera el techo de mi casa blasonada. Para que, así como en la voz del poeta León Felipe se percibe la emoción del exilio, en la mía resuene la del arraigo.

Por eso, hoy asumo el compromiso que lleva consigo mi herencia: hacer de esta mi patria chica un mejor lugar para vivir, para mí y para toda mi estirpe. Y poder así cantar como los poetas a la vieja usanza:

¡Qué gusto!
¡Qué gusto que yo sí tenga una patria!

La fantástica vida imaginaria de un editor

Escribí este texto hace un año como un encargo de mi empleo de entonces, pero al parecer jamás será publicado, así que me tomo la licencia de compartirlo con ustedes porque en verdad me gustó mucho y porque este blog sufre por no tener entradas constantes. Tiene una dedicatoria especial a mi buen amigo Christian Ordoñez, quien me regaló el libro que menciono aquí y con quien disfruté durante un tiempo conversar y mantener correspondencia.

Gregorio es un chico solitario, a él lo que le gusta es leer. En algún tiempo intentó correr tras la pelota o montar en bicicleta, como hacen todos los niños del barrio, pero mamá siempre le ha dicho que no debe hacerlo, pues podría agitarse y tener uno de esos ataques que le dan al final del otoño en que no puede respirar. De modo que hace años perdió el interés en participar en esos juegos y cuando va al parque o sale al recreo siempre lleva consigo un libro.

Lee revistas, periódicos, los libros de cocina de su mamá y la enciclopedia, no es que haya muchos libros en casa, así que no discrimina ninguno que llegue a sus manos. De literatura hay poco para un niño de 10 años en los estantes de la biblioteca doméstica: una edición de clásicos juveniles que incluye Moby Dick y Las aventuras de Tom Sawyer, y poesía que a su madre le gusta. Gregorio piensa que le agrada la poesía, podría ser él un poeta.

Recuerda que tenía 17 años cuando descubrió que llevaba el nombre del personaje principal de La Metamorfosis, coincide también con su descubrimiento del préstamo bibliotecario –es el primer libro que lleva a casa– y con sus primeras aventuras en el transporte público. Ya que no le estaba permitido ausentarse varias horas del hogar, como no fuera para ir a la escuela, la biblioteca nunca había sido realmente un lugar visitado por él, pero ahora que finalmente puede llevarse los libros, se ha convertido en su parada favorita.

Gregorio

Desde el tiempo de sus infancias solitarias Gregorio pensaba en ser escritor, en realidad él deseaba ser un lector, pero no sabía si esa era una habilidad que pudiera venderse. Así que cuando pensó que podría ir a la universidad pública si conseguía un empleo de medio tiempo, eligió Literatura como su primera y única opción. Su madre nunca aprobó del todo esta determinación; aunque le gustaba tener a su hijo en casa y que éste se alejara de las malas compañías, algo le parecía raro en que el muchacho no se apartara de los libros.

Leyendo en las horas muertas o con una lámpara de noche cuando ya toda la ciudad dormía, así, a contracorriente y con mucha tenacidad, Gregorio concluyó su carrera. Y de un modo tan obvio como inesperado, descubrió que ahora podría dedicarse a hacer esos objetos que alguna vez habían logrado robarle el corazón y se convertían ahora en la razón de su vida.

En 2006 llegó a sus manos una novela que se acababa de publicar en Serbia, La Mano de la BuenLa manoa Fortuna, de la autoría de un bibliotecario de excéntrica personalidad llamado Goran Petrovic y presentada en México por la editorial Sexto Piso. Gregorio no podía creer como alguien del otro lado del mundo había logrado captar tan bien su sentir en la esencia de sus personajes, maniáticos de la lectura, cuyas acciones giran en torno a la materialización o preservación de un libro que resulta ser un portal diseñado para acceder a una realidad virtual en la que los buenos lectores se desenvuelven con soltura.

Adam Lozanic, otro personaje de la novela, es un estudiante de Literatura que trabaja como corrector de estilo. Gregorio llega a identificarse con él, pues al paso del tiempo ese se ha vuelto su oficio. Revisar textos, entrar en ese espacio que hay entre líneas como una furtiva liebre y saltar de un carácter a otro buscando un gazapo. Saltar, el juego favorito del pequeño Gregorio.

Nuestro kafkiano personaje, que esa categoría no la tiene sólo por el nombre, sino que él mismo ha vivido una transformación como la de su tocayo Samsa, a través de los libros… ¿No creían que los personajes que pierden la cordura por tanto leer fueron una invención de la literatura? Alonso Q. Manchego era un vecino de Miguel de Cervantes al que se le veía siempre con un libro bajo el brazo y le gustaba contar aventuras. Está bien, esto último no es cierto, pero lo que quiero decir es que son los tipos como Gregorio los que en realidad inspiran a los Bastiáns, los Quijotes, las Emmas y los Anastas… Decía, pues, que Gregorio, de 50 años ahora, es editor y es todo un personaje de novela.

Taciturno y sigiloso camina cada mañana desde hace 20 años a su escritorio en la editorial para encontrarse con sus papeles, son pruebas, libros para dictamen, oficios, el correo. Leer es lo que más hace, se nota en sus profundos anteojos que le dan esa apariencia tan divertida por la que se burlaban de él en el colegio.

En pleno siglo XXI, en la era digital y de la web 2.0, Gregorio tiene un oficio que pervive al tiempo. Él, como muchos otros, se aferra a sus legajos al tiempo que echa mano de las tecnologías para ganar más adeptos para la cruzada que emprendió hace muchos años por la lectura. Todo aquel que ame los libros y la lectura entiende ese ímpetu que se siente por contagiar el ánimo por leer.

Porque hay que decir que a pesar de la tecnología, existe aún una franja de población que no está alfabetizada y por lo tanto está relegada de la educación y el conocimiento. Además, es innegable que el libro de papel es la tecnología de la información analógica más persistente y eficiente de la historia. Durante los años de su carrera Gregorio ha visto a las editoriales ignorar las desigualdades e incluso fomentarlas, pero a él sí le preocupan y se empeña en resolverlas.

Su oficio se llama cuidado editorial porque justamente pone toda su observación y su cuidado en lograr que ese objeto sirva para transmitir información fidedigna y sustentada, cuyo lenguaje además sea impecable; que tanto por su lenguaje como por su formato sea legible; además portable, económico y de acceso democrático.

La realidad que existe entre las letras de un libro, ulibros-edicionn universo de mensajes connotados, saberes ancestrales y vidas paralelas, aguarda por los curiosos lectores, con espíritu de niño aunque por alguna razón hayan tardado en adentrarse en los placeres de las letras y su cuerpo luzca envejecido. Gregorio seguirá trabajando incansablemente y a deshoras, siempre con la taza de humeante café junto al teclado, para que más y más chicos solitarios se encuentren en el jardín de Anastas Branica.

En el camino

Una de las primeras noticias de esta mañana: el rector de mi alma máter publica una felicitación por el Día del Literato. Sin embargo, se celebra también el Día Internacional de Café, y, como saben, en mi caso tal coincidencia no puede ser tomada por casualidad. Así que pasé a dejarles este artículo que se publicó por primera vez en diciembre del 2013 en la desaparecida Mercury Magazine y que escribí con motivo de mi examen recepcional. 

Ciertamente las circunstancias de mi vida han cambiado, pero esta etapa sigue siendo parte importante de mi historia, así que vuelvo a compartir el texto y de paso le doy una desempolvada a mi no muy bien atendido blog.

12074540_913378708717842_2920492726249370632_n Se llama:

De mudanzas, cambios y transformaciones

He sido una larva, he sido una crisálida, y no sé que surgirá de esta metamorfosis. Hace diez años tomé la decisión de estudiar literatura, acababa de salir de la preparatoria y diversas circunstancia299898_2279033251882_3245532_ns habían dislocado a mi familia; estaba ahí sola frente a la que decían debía ser una de las decisiones más concienzudas de la vida, la profesión no es poca cosa, en este mundo positivista te define, te hace ser.

Entonces solo era una joven casi adolescente que deambulaba por mundos imaginarios con más soltura que la que podía lograr al salir a la calle o interactuar con la gente, y en esos ensueños la posibilidad de convertirme en literata, o incluso escritora, no parecía ni irreal ni descabellada a pesar de todos los consejos de profesores y familiares, a pesar también de las pruebas de orientación vocacional. Qué es entonces la juventud sino eso, creer que todo es posible, que nada puede obstaculizar tus anhelos; finalmente, ya había aprobado el examen de admisión y en un país donde solo 17% de los jóvenes accedía al nivel superior (en 2003) no matricularse sería una verdadera torpeza.

La situación económica era igual de inestable que la emocional, así que el café acompañó mis desvelos y pagó mis libros durante esos cinco años en la universidad. Todo ese tiempo trabajé en una cafetería y descubrí en esta maravillosa combinación ―letras y espresso― el mejor influjo para una mente creativa. Nada había de esa romántica vida bohemia de los salones de café europeos del XIX donde se reunía la intelectualidad liberal, esos escenarios quedaron confinados en las novelas de aquella época. En mi caso, un centro comercial edificado sobre una zona de corredores industriales que recibe la visita semana a semana de varios miles de citadinos obsesionados por comprar lo que les vendan con tal de que tenga una etiqueta roja se transformó en sala de estudio en las horas de descanso y los tiempos muertos.

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Vaya paradoja, una humanista preparando cincuenta capuchinos por hora para contener a una horda de pusilánimes esclavos del capitalismo; la atmósfera no era muy motivadora (más de una vez he pensado que haber crecido en una ciudad industrial mucho tiene que ver con mi actitud pesimista frente a la vida). No obstante, de vez en vez aparecía algún cliente que buscaba un refugio para, alejado del ajetreo cotidiano, despertar su conciencia y su imaginación con un sorbo de esa ambrosía negra coronada con oro, entonces la presión y la temperatura del agua hacían su magia para extraer el elixir en las manos de esta barista, quien además podía ocasionalmente cruzar algunas palabras con los comensales y compartir con ellos un poco de esos temas que la apasionaban, del café y a veces incluso de la literatura.

Así, con los dientes manchados por la cafeína, egresé de la licenciatura. La expulsión fue más dolorosa que el nacimiento mismo, entonces creí que un ciclo había terminado y que surgía de esas aulas transformada por un tejido de grafías. Pero resulta que le trabajo de parto duró cinco años más.

A nosotros los amorosos lectores nos gusta creer que nuestra cama flota sobre un lago y que la literatura nos puede enseñar algo sobre el alma del hombre, pero cuando salí de la Facultad de Humanidades y abrí ―quizá por primera vez― los ojos al mundo, descubrí que recién en ese momento hacía consciente mi vileza, era un ser rastrero y la metamorfosis, un proceso por el que bebía empezar a trabajar.

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En cinco años han aparecido personas, algunas permanecen, otras se han ido; empleos, donde la paga no era buena, yo no era apta para el trabajo o simplemente no me satisfacían; casas, rentar siempre es una locura, que el casero, que los vecinos, que la recolección de basura, establecerse definitivamente no sucede tan rápido. Todo ocurrió para que hoy sepa que ir a la universidad no te hace ser alguien, que la lectura no remplaza la compañía de un amigo, que la literatura ni otro arte pueden tocar tu corazón como tu amado velando tu sueño mientras te baja la fiebre, que la vida tiene estas dos dimensiones y todas las que estés preparado para descubrir.

Pero, sobre todo, me di cuenta que cada nuevo paso, cada decisión, cada emprendimiento marcan el comienzo de un ciclo y, por tanto, de una transfiguración. Hoy me han salido alas y van en estas letras envueltas en un traje azul.1544957_10202382230293671_245808905_n

Para qué sirven las tetas

El tuviera no existe

Para todas la mujeres que han sido madres, las que no los son y las que no lo serán nunca. Para las que lo anhelan y no lo consiguen, las que no lo desearon pero pasó, las que han podido decidir libremente no serlo.

Para mi abuela, mi madre, mi hermana y todas mis ancestras.

Para la mujer que fui, la que nunca seré y la que soy ahora.

Para sanar.


“Al fin sabrás para qué sirven las tetas”, así se despidió mi roommate unos días antes del alumbramiento. Ella volvía con sus padres en el descanso de invierno y yo estaba en la recta final del embarazo.

¿Embarazo? Hasta ese momento no me había sentido tan… embarazada. La maternidad llegó para mí en forma intempestiva. Si acaso puede ser de otra manera, aunque lo hayas “planeado”, ahora sé que nada te prepara para la avasalladora e incomparable experiencia de…

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