Para qué sirven las tetas

El tuviera no existe

Para todas la mujeres que han sido madres, las que no los son y las que no lo serán nunca. Para las que lo anhelan y no lo consiguen, las que no lo desearon pero pasó, las que han podido decidir libremente no serlo.

Para mi abuela, mi madre, mi hermana y todas mis ancestras.

Para la mujer que fui, la que nunca seré y la que soy ahora.

Para sanar.


“Al fin sabrás para qué sirven las tetas”, así se despidió mi roommate unos días antes del alumbramiento. Ella volvía con sus padres en el descanso de invierno y yo estaba en la recta final del embarazo.

¿Embarazo? Hasta ese momento no me había sentido tan… embarazada. La maternidad llegó para mí en forma intempestiva. Si acaso puede ser de otra manera, aunque lo hayas “planeado”, ahora sé que nada te prepara para la avasalladora e incomparable experiencia de…

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Para qué sirven las tetas

Para todas la mujeres que han sido madres, las que no los son y las que no lo serán nunca. Para las que lo anhelan y no lo consiguen, las que no lo desearon pero pasó, las que han podido decidir libremente no serlo.

Para mi abuela, mi madre, mi hermana y todas mis ancestras.

Para la mujer que fui, la que nunca seré y la que soy ahora.

Para sanar.


“Al fin sabrás para qué sirven las tetas”, así se despidió mi roommate unos días antes del alumbramiento. Ella volvía con sus padres en el descanso de invierno y yo estaba en la recta final del embarazo.

¿Embarazo? Hasta ese momento no me había sentido tan… embarazada. La maternidad llegó para mí en forma intempestiva. Si acaso puede ser de otra manera, aunque lo hayas “planeado”, ahora sé que nada te prepara para la avasalladora e incomparable experiencia de sostener en tu regazo a ese pequeño ser que salió de tus entrañas.

No al menos en esta sociedad occidental. Yo jamás había cambiado un pañal o arrullado a un niño, nunca había preparado un biberón ni sabía nada acerca de mocos y reflujo, y nunca, que pudiera recordar, había visto a una mujer amamantar. Yo no tengo una tribu y hasta ese momento no me había preocupado por tenerla, no creía necesitarla.

Tomé la licencia de maternidad cuatro semanas antes de la fecha programada de parto. Por un lado, porque el médico se negó a expedirla con fecha posterior al alumbramiento (dijo que perdería esos días si no los tomaba en ese momento) y en parte porque mi oficina está a dos horas de camino y para entonces me sentía agotada.

Me molestaba tomar ese “descanso” obligatorio. Aún pensaba así cuando salí del consultorio con mi hoja de permiso. Creía que apenas me recuperara iba a desear volver a mis tareas y mi vida habitual. No tenía ni la más remota idea de lo que me esperaba.

En algún momento hacía algunas semanas había decidido entregarme a la experiencia. Después de todo era un fenómeno biológico único y una experiencia vital que posiblemente no se repetiría, además de que muchas mujeres lo anhelan y no lo conseguirán nunca. Era afortunada; así debía sentirlo y actuar en consecuencia.

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Finalmente había llegado a ese nivel de conciencia, de forma tan natural como había sido el curso de mi embarazo. Pero no muy a tiempo. El bebé se había colocado en posición pélvica y me enteré en la semana 37, el médico sólo dijo: “¿cuándo te programo para la cesárea?”

No era posible, justo cuando me había reconciliado con esa parte de mi feminidad y me sentía lista para entrar en el trabajo de parto confiada y receptiva para observar las sensaciones que mi cuerpo experimentaría por única ocasión. Busqué otros médicos, vi a una matrona; aunque realmente no había logrado ahorrar una gran cantidad y dependía del servicio público de salud.

Era lo mejor, me repetía, pues era la única forma de que pudiera hacer frente a las posibles complicaciones. Pero, ¿por qué los servicios del Estado eran tan deficientes? Haría un esfuerzo, pediría prestado, no sé, pero yo quería un parto, era mi nueva convicción.

No obstante, no pude encontrar ningún médico que quisiera responsabilizarse por acompañarme en el parto, me decían que era negligente, que me estaba negando a recibir la atención que se me ofrecía. Mi círculo de apoyo secundaba esta postura. Lograron hacerme dudar y cedí.

Pues bien, si tendría una cesárea programada, no había razón para dejarme entrar en trabajo de parto. Mi instinto me decía otra cosa, pero al día siguiente era Noche Buena, los médicos salían de vacaciones y si quería una buena atención tenía que ser ahora, dijeron.

Unos practicantes me “prepararon”. Me rasuraron y me hicieron varios tactos vaginales, ¿en verdad eso era necesario? En ese momento yo ignoraba qué era la violencia obstétrica, me había armado de mucha confianza en mí misma, pero poca información en realidad. Sólo pensaba que nada podía salir mal pues mi cuerpo estaba diseñado para eso, pero resultó no ser suficiente.

“Ha nacido su hija a las 13:57 horas”. Veo por el rabillo del ojo la mesa en la que tres o cuatro personas manipulan al bebé. Esto no parece nada respetuoso, ¿por qué no me la muestran?, ¿por qué no está en mis brazos ya? No sé cuánto pasó, pero para mí fue una eternidad, fue la sensación más angustiante que he experimentado en toda mi vida.

Finalmente la acercaron a mi cara. Demasiado cerca, no la podía ver bien. Rodaron las lágrimas, fue el instante más enternecedor, apaciguante, INEFABLE que haya experimentado jamás. “Ya la vio su padre”. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué mientras yo era torturada con aquella separación alguien más veía a mi hija? Seguían sin dármela. Sala de recuperación, transcurría el tiempo, la espera insoportable. Finalmente la llevan, dormida, y pregunto a la enfermera qué debo hacer, ¿sólo la pego a mi pecho? “Ya comió”, dijo. Rabia, rabia incontenible.

En realidad yo no me había planteado nada respecto a la lactancia antes. Sólo sabía que la humanidad tenía 200 mil años y las mujeres siempre habían amamantado, eso de los manuales me parecía incluso un poco ridículo. Por si acaso, una buena amiga, madre de dos pequeñas y que además trabaja en el sector salud y había tomado un seminario de lactancia, vino a verme unos días antes y me explicó cómo hacerlo. Presté mucha atención y me sentí preparada.541605_10204813684158498_7078240026944726855_n

Cuando la pequeña despertó, la llevé a mi pecho y comenzó a mamar. Vaya avalancha de sensaciones y emociones. Cada momento al lado de esa criatura era nuevo y distinto al anterior. Tener su boquita prendada a mi pezón era absolutamente placentero, orgásmico. Nada que hubiera experimentado nunca antes. No quería dejar de hacerlo nunca.

La lactancia representó para mí entonces la posibilidad de sanar las heridas del embarazo, todo el trabajo emocional que no había logrado concluir en nueve meses, se apresuraba ahora con la mágica succión. Cuánto amor experimentaba cuando la criatura, sujeta a mi pecho, me miraba a los ojos. Esto era ser madre, esto era la razón por la que todas las mujeres hablan de los aspectos positivos y pocas veces se quejan.

Los días más felices de mi vida fueron las siguientes 10 semanas. Aunque tuve algunos inconvenientes. El primer pediatra al que visité me dijo que no debía acostar a la niña en mi cama porque era peligroso, en consecuencia no dormía en toda la noche angustiada por ella y cada vez que lloraba había que prender la luz e incorporarse. Pronto decidí ignorar la absurda recomendación. Otras personas me decían que no debía abrazarla tanto porque se acostumbraría y ya no querría dormir sola después; igual lo hacía, pero al final del día tenía mucha inflamación y me dolía la herida.

Me habían partido a la mitad, no había una sola parte de mi cuerpo que no doliera, no dejaba de sangrar y sangrar, no había podido dormir. Pero estaba ahí, todo había salido muy bien, sin complicaciones, y mi hija estaba sana y completa. Lloraba enternecida cada vez que pensaba en ello, a veces más de una vez al día. Pero pronto debía volver al trabajo, tenía que practicar la extracción de la leche.

Solo había un pequeño asterisco aquí. El «trabajo» debía llevar ahora un adjetivo: trabajo remunerado, trabajo fuera de casa. La tarea de amamantar a mi hija me tomaba ocho horas del día, asearla y mimarla otras tantas. El significado de «doble jornada» cobraba un nuevo significado para mí. No obstante, mi convicción de continuar con la lactancia materna exclusiva era clara. Los beneficios para mi bebé valdrían los desvelos y cualquier otro sacrificio.

Nadie me dijo que para lograr dejar a mi hija suficiente dotación de leche para las horas que estaría fuera debería hacer un banco desde el primer momento. En internet  decían que dos semanas antes, a tiempo estaba. Pero no salía nada, ¿por qué si mis blusas se mojaban, salía borbotones cuando la niña mamaba y pronto necesitaría un colchón nuevo porque no compre un protector de plástico, no lograba recolectar nada?

El día llegó. Tuve que irme a la oficina y sufrí muchísimo, incluso pienso que fue más difícil para mí que para mi bebé. Pronto me encargué de comprar un extractor eléctrico, la perilla aquella era peor que tortura china. Pero era difícil, me tomaba más de una hora recolectar unos cuantos mililitros, tenía que hacerlo en el baño y, casualmente, a todos en la oficina se les ocurría usarlo a esa hora, así que tocaban varias veces durante ese tiempo. No pasó mucho cuando empecé a sentirme observada, a qué hora llegaba a qué hora me iba, cuánto tiempo tomaba para comer y, por supuesto, para extraerme la leche. Comentarios incómodos y agresivos de mis compañeros.

Resulta que en la oficina trabajan más mujeres que hombres, muchas de ellas jóvenes de treinta y tantos, sin hijos. Hacía no mucho tiempo yo había estado de ese lado y podía entender su absoluta falta de empatía, pero ahora me estaba afectando. Pude darme cuenta que no había mucha diferencia en la cantidad recolectada si la extraía en el trabajo y después al llegar a casa, que si esperaba. Aunque me sentía muy mal, mareo, dolor de cabeza y espalda, cansancio. Pero lo preferí con tal de aminorar el acoso laboral.

Debo apuntar aquí que la extracción no es ni siquiera parecida a las tomas del bebé, es incómoda y dolorosa de principio a fin, pero es imposible no hacerlo, porque, por un lado, no dejas de pensar y sentir que tu misión en el mundo (al menos por este momento de tu vida) es alimentar a tu cría y, por otro, porque el malestar físico que se experimenta con la separación es tal que no puedo más que nombrarlo «sabiduría mística» de la naturaleza. Extraer la leche lo aminora un poco.11224343_10207330428080170_2503707472631927810_o

No ha desistido ni el acoso, ni mi firme convicción de continuar con la lactancia. Pero han aparecido otros obstáculos. La niña se queda ahora al cuidado de mi madre y mi abuela, a veces siento que esperan a que me de la media vuelta para meterle el biberón con fórmula y ya empiezan comentarios tales como “pronto tu leche dejará de servir”, “ya mero dejará la teta y podrás dormir más”. Otras personas se escandalizan de mi falta de pudor y me piden que me tape, al grado de que en algunos contextos me he sentido excluida de la vida social porque no puedo participar en una conversación o sentarme a la mesa si mi hija está comiendo.

Mi rutina ahora es salir de casa a las 7:30 a.m., viajar a la oficina, cubrir el horario de 9 a 6 y regresar, si tengo suerte a las entre 8 y 9 de la noche. Proceder tan pronto como pueda a la extracción, muchas veces alimentando simultáneamente a la niña para optimizar el tiempo y porque ella no está dispuesta a esperar una hora más a su madre. Mimarla, arrullarla, en algún momento cenar, porque me da un hambre atroz. Una vez que duerme (si le ha venido bien hacerlo a las 11, pues a veces puede estar despierta hasta la 1 o 2), puedo hacer otras cosas, como escribir esta publicación. Aún me queda una larga noche, pues la alimentaré en dos ocasiones más antes de volver a levantarme.

Criar es un trabajo duro en verdad, y me sorprendo de mí misma al decir esto porque yo no pensaba de esta forma antes de convertirme en madre. Ahora entiendo mi cuerpo desde otra dimensión y respeto más a las mujeres. Toda la sociedad debería entenderlo y contribuir para que las madres tuvieran las circunstancias propicias para hacerlo. La fortaleza y la buena salud de la fuerza productiva del mañana dependen de la lactancia materna. Es bien sabido que en México la obesidad y la diabetes son problemas severos de salud pública, y ahora se sabe que su desarrollo está asociado con la alimentación en la primera infancia.

También México es uno de los países con más bajo índice de lactancia materna y eso se debe a que es incompatible con el trabajo. Mucho he leído esta semana sobre “conscientizar” a las mujeres de la importancia de amantar, ¿de qué hablan? Las mujeres estamos más que conscientes y seguimos nuestro instinto. No se trata de eso, se trata de luchar por mejores condiciones laborales para mujeres y hombres, por entender de una buena vez que una persona satisfecha trabaja más y mejor.

Aun sé que hablo desde mis privilegios, soy profesionista y tengo un empleo con «buenas» condiciones (esto visto al compararlo con el panorama general), además de que quizá podría arreglármelas en lo económico de otras maneras. Pero, después de mi ardua jornada, también tengo tiempo para soñar, para creer que puedo continuar con mi carrera que tantos otros sacrificios me ha costado.

Sin embargo, también pienso y hablo por otras mujeres que no tienen voz, pues según datos del INEGI, de los 48 millones 823 mil mexicanos que trabajan 18 millones 791 mil son mujeres, es decir 38.4%. De ellas, las que son madres de uno y hasta más de 6 hijos suman 13 millones 853 mil trabajadoras, es decir 73% de la población laboral femenina.

Además, las madres que cumplen con la doble condición de trabajar y ser jefas de familia suman 3 millones 832 mil 689. Y, como ocurre con la mayoría de los trabajadores del país, más de la mitad de las madres-jefas de familia ganan menos de dos salarios mínimos: en el grupo de 3 a 5 hijos representan 54.6%, entre las que tienen de uno a 2 hijos, 43% y en las de más de 6 hijos, 72% del grupo.

Recientemente una vieja amiga del colegio me dijo que ella pensaba que no sería madre debido a mi ideología feminista, ese comentario ha dado vueltas en mi cabeza las últimas semanas. Antes de ser madre reproducía inconscientemente muchas de las normas del sistema patriarcal. Sólo ahora entiendo, en principio (además de otras reflexiones que quizá compartiré después), que debo ir a buscar en las agendas de los legisladores a quienes están abogando por alargar el periodo de maternidad y por ofrecer esquemas compatibles con la vida familiar, para hombres y mujeres.11817214_848830205192659_5867561215100171943_nEsta semana, además de celebrar la Semana de la Lactancia Materna, yo he tenido mi luna nuevamente. Estoy lista para renovarme, para reconciliarme con todo lo que desfruté y lo que padecí en el alumbramiento y el puerperio, para seguir adelante con la encomienda más maravillosa de mi vida, la crianza de mi pequeña hija. Y cuando uso la palabra crianza me refiero justo a dar la teta, alimentar, ofrecerme, ser hembra y ser, simplemente, mamífero. Ahora ya sé para qué sirven las tetas.