¿El futuro es femenino?

Mi hija ha llegado a los seis años y observa aspectos de la realidad que antes no y hace muchas preguntas, un día me cuestiona por qué mataron a Jesucristo o si acaso yo también creo en dioses, dudas complejas a las que doy una respuesta concreta que poco a poco voy ampliando cuando se presenta la ocasión. Uno de esos ya muchos días del aislamiento buscábamos entretenimiento y apareció una película de mi infancia, La princesita, la hayan visto o no, imaginarán que desató una indagatoria, pues mi hija está en la edad de las interrogantes. “¿Por qué esa niña es la sirvienta?” Un balde de agua fría para cualquier padre, ha llegado el momento de apagar un poco de inocencia. Siguió la explicación del esclavismo, vi esa expresión que pone entre frustración y rabia cuando algo sale de su comprensión del mundo: “Eso no está bien, no se debería hacer a ninguna persona”.

“¿Qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio?”, circula en Internet esta frase que se atribuye a Bertolt Brecht. Son los tiempos en que las reivindicaciones del feminismo se han volcado, por obvias, en manifestaciones masivas de mujeres por ciudades de todo el mundo y un paro laboral y económico que en México se estima tuvo un impacto por el orden de los 35 mil mdp el año anterior. Obvio es que las mujeres tengamos condiciones y oportunidades en paridad a los varones; obvio que existan mecanismos desde el Estado para reeducar en la cultura de la igualdad, del mismo modo que las vías para acceder a la justicia en caso de ser violentados los derechos sean abiertas, democráticas, prontas y expeditas; obvio es que se garantice la seguridad de todos los espacios públicos para quienes los transitan; y que se asegure el acceso a la salud como un derecho humano. Pero obvio no significa accesible para todos.

Puedo recordar vívidamente las emociones de estar en la marcha en el 2020, el corazón se aceleraba al anticipar un cambio de era, hacia un futuro femenino. Irónicamente un par de semanas después se decretaba una cuarentena a causa de la pandemia por la Covid-19, ni en nuestros sueños distópicos imaginamos que este confinamiento duraría más de un año. Irónico es que trate de buscar inspiración para este texto mientras lavo los trastos y limpio la cocina, en algún momento cuando termine de trabajar escribiré algo.

Resulta irónico y sarcástico que de golpe y portazo volviéramos al espacio privado por resguardarnos de un virus mortal, pero que el marasmo de la cultura nos devolviera a esa realidad donde las mujeres siempre somos las cuidadoras principales; y ahora debíamos lograr, en un mismo espacio, conjugar la vida doméstica, las labores de crianza y el trabajo remunerado. Además de hacerlo solas, el límite de la vulnerabilidad.

Porque vamos a ser realistas, la videollamada de una hora con la comadre mientras preparas la comida no te quita trabajo, es apenas la convivencia social mínima indispensable para mantenernos cuerdas mientras tratamos de cubrir todos esos roles sin salir de casa y sin contacto con otras personas. Por eso no marché este año, porque en 2020 me mudé, fui despedida de mi empleo, mi hija abandonó la escuela, busqué trabajo, emprendí, pinté, bordé, hice jardinería; porque estoy agotada y porque no he estado un año pasando todas esas peripecias para no enfermar y contagiarme en una marcha.

No desestimo ni quito protagonismo a la movilización, lo que ocurrió con la valla alrededor del Palacio Nacional fue hermoso, poético diría. Gracias a todas las que tienen ánimo, tiempo, condiciones y ovarios para salir al recorrido y a las consignas. Me faltó contagiarme de ese ambiente para inspirarme a escribir. Acompaño con una vela a las que marchan por sus hijas, hermanas y madres asesinadas. Sin embargo, en esta ocasión mi postura desde este mi ecofeminismo es guardar la cuarentena, cuidar de mí y de los míos.

Hace un tiempo leí un ensayo llamado Teoría de la mujer enferma de Johanna Hedva en el que habla de cómo se posiciona políticamente desde su enfermedad crónica incapacitante y de una propuesta de visión o postura necesaria para entender el ámbito de lo político desde la enfermedad. (Recomiendo su lectura). Entonces me causó gran impresión y me provocó sentimientos de empatía, pues yo había tenido reflexiones quizá cercanas mientras criaba y en mis crisis de depresión crónica.

En medio de este cataclismo, la propuesta de Hedva cobra tanto sentido cuando propone:

La protesta más anticapitalista que se puede hacer es cuidar de otra persona y cuidar de ti misma. Enfrentar la práctica históricamente feminizada (y por lo tanto invisible) de asistir, nutrir, cuidar y preocuparse. Tomarnos en serio en cuanto a nuestras vulnerabilidades, fragilidades y precariedades, y apoyarlo, honrarlo, respetarlo, empoderarlo. Protegernos mutuamente, promulgar y practicar comunidad. Una hermandad radical, una sociedad interdependiente, una política de cuidado.

Y vaticina:

Porque, una vez que estemos todas enfermas y confinadas a la cama, compartir nuestras historias de terapias y confort, formar grupos de apoyo, ser testigos de historias de trauma ajenas, priorizar el cuidado y amor de nuestros cuerpos (enfermos, adoloridos, caros, sensibles y fantásticos) y cuando no haya nada disponible para trabajar, quizás entonces, por fin, el capitalismo emitirá un chirrido al lograr su necesitado, atrasado y conchesumadrezco freno.

Así que este año me quedé en casa a alistar todo para poder ponerme en huelga el martes 9, porque eso sí, el germen de la lucha, el trabajo de cuidados no reconocido debe ser visibilizado. No compras, no transacciones bancarias, no actividades domésticas y reducción del trabajo al mínimo necesario, para escuchar el corazón.

Creo fervientemente que este tiempo que vivimos reclama que nos volvamos hacia nosotras mismas y encontremos en el interior ese modo de conectar con los otros en comunidad. Cada día rumio mis ideas sobre como tender redes colaborativas para satisfacer las necesidades que han sido restringidas en el último año. Ese para mí sería un futuro femenino, el retorno a una sociedad matrística de hermandad y sororidad.

Breve repaso histórico del ecofeminismo